"Hoy no puedo poner ninguna cita, porque nadie puede hablar de mi mamá como lo hago yo"
Mae
Tengo una relación muy particular con mi mamá. Debe ser quizás porque fue forjada de adulta, o porque me trajo al mundo pero tardamos unos cuantos años en que me pudiera contar como debía transitarlo desde su punto de vista.
Sí, mi mamá hizo la gran “voy a comprar puchos” cuando yo tenía 7 años, pero con la merienda. Debe ser por eso que no me gusta merendar.
Hasta los 7 se encargó de enseñarme cuatro cosas que nunca pude dejar de hacer: hablar, leer, escribir y tomar mate.
No me enoja que se fuera, me enojó en su momento que sus agumentos no me bastaran, pero sin embargo hice mi falta de comprensión a un lado. Y perdoné. Cosa que también aprendí de ella, pero por genética pura.
Creo que algo que me gusta de mi es eso de que si los muertos eran unos turros en vida, después de que se van para donde les toque, a mi me siguen pareciendo unos turros. Entonces elijo rescatar la parte buena mientras las personas están vivas, porque es cuando uno puede disfrutarlas. Para sacar el cuero, nos queda toda la eternidad de la ausencia.
Y bueno, entonces prefiero hablar de mi mamá ahora.
A los 16 reanudamos la relación, tras varios intentos frustrados. E igualmente le dije todas las barbaridades que se les puedan ocurrir hasta los 25, y de vez en cuando se las digo ahora, con 30.
Pero hoy algo me hizo un click: me acordé de esos años que no la tuve al lado y se me llenó la panza de angustia y me dí cuenta que un día, no la voy a tener más pero por tiempo indefinido. Y ahí, se me llenaron los ojos de lágrimas.
Mi mamá se equivocó, como todas las personas. Tuvo sus razones, las respeto a muerte. Pero también hizo cosas que nadie haría por mí, ni siquiera una madre.
Ella tiene el superpoder de llamarme las pocas veces que tengo sexo, y cortarme el polvo. Así como el de llamarme cuando estoy hecha polvo y levantarme.
Me ha dado los peores consejos de mi vida, y la libertad de no seguirlos.
Discutir con ella es la muerte: le pone una garra a no entender nada, que admiro, porque es la misma garra que le pone a sacar su vida adelante. Y no es fácil, empezando porque le toca lidiar con esta hija y después porque es la mina más laburante que vi en mi vida. Con sus 60 años sigue levantando pacientes. Con sus operaciones a cuestas, con sus achaques de la edad, y de los vicios.
Tantas veces le pondría un botón de mute, pero no quiero perderme ninguno de sus “te quiero”. Porque es una de las personas que con mas sinceridad me lo dice.
Hasta hace poco yo decía que ella nos quería muchísimo (a mí y amis hermanos), pero que no nos quería como se quiere a un hijo. Puta que estaba equivocada.
Me doy cuenta que me encuentro siempre en su mirada, y eso es porque aunque yo me lo haya negado mucho tiempo, soy sus ojos. Y ella, es los míos.
Tiene una torpeza infinita. De esa que a los 17 me enfermaba la cabeza, a los 25 me daba risa y hoy me da mucha ternura.
Canta hermoso, aunque ella diga que por su “problemita de salud” ya no le sale. Mentira, canta unos tangos que hasta un wachiturro lloraría de emoción escuchándola.
Es linda: es una rubia con unos ojos verdes, que te sacan cualquier dolor, con un brillo que te puede llenar la cara de una sonrisa inmediata.
La miro, así toda hinchapelotas como es y no puedo dejar de tener ganas de que sea eterna. Y de un día poder ser la mamá que ella es hoy conmigo.
No estuvo unos años largos, pero me dio unos hermanos que me cuidaron como oro, y calculo que algo de eso, se los debe haber enseñado ella.
Cada día que pasa estoy mucho mas cerca de no poder abrazarla todo lo que quiero, y todo lo que mi orgullo a veces tampoco me deja. Y recién ahora caigo en la cuenta.
Y la miro sonreir, con esa sonrisa que le pone al mundo de fachada porque en realidad con lo mucho que le cuesta respirar, no sé como carajo le sale.
Hoy les quería contar eso, que mi mamá es una persona, con todos los errores que ello implica y con los aprendizajes que deja. Debe ser por eso último que la mayor parte de las veces tiende a ser perfecta.
Y sí, yo soy hija como todos: de las que no quieren atender el teléfono, de las que se cansan, de las que contestan como el culo. Pero también de esas que el día en que no pueda darle un abrazo, se me va a haber ido un pedazo del alma.
De esas que está orgullosa, y no puede dejar de agradecerle que me haya dado esta vida, y no hablo de parirme: hablo de la que me tocó llevar, la que me hace ser esto que soy.
Y acá dejo de escribir, primero porque lloro y después, porque la tengo en el teléfono contándome un chiste del que seguro se va a olvidar el final, así que en un rato me vuelve a llamar y lo termina.
Y la sigo atendiendo, aunque me sepa el final del chiste, porque esa charla termina seguro con uno de sus "te amo tururita" que me dan nafta para seguir hasta que la pueda abrazar de nuevo. (Aunque ella ni siquiera sepa).
y yo la quiero porque es así y como es...